Peter Tremayne

El Valle De Las Sombras

6º Fidelma

Al reverendo Joe McVeigh de Fermanagh, en recuerdo del debate público que mantuvimos acerca de la Iglesia celta y el sistema de leyes Brehom en marzo de 1994, durante la Feria del Libro Irlandés.

¡Gracias por ser un seguidor de sor Fidelma!

Aunque pase por el valle de las sombras no temo ningún mal, porque tú estás conmigo, tu bastón y tu vara me protegen.

Salmo 23



Nota historica

Los misterios de sor Fidelma se desarrollan durante la mitad del siglo VII d. C.

Sor Fidelma no es simplemente una religiosa, otrora miembro de la comunidad de Santa Brígida de Kildare. Es además una cualificada dálaigh, o abogada de los antiguos tribunales de justicia de Irlanda. Dado que muchos lectores no estarán familiarizados con estos antecedentes, este prólogo proporcionará algunos puntos de referencia fundamentales, de manera que la historia que aquí se cuenta se comprenda sin ningún problema.

En el siglo VI d. C, Irlanda estaba compuesta por cinco reinos provinciales; de hecho, la palabra irlandesa que se emplea en la actualidad para «provincia» sigue siendo cúige, que literalmente significa «una quinta parte». Los cinco reyes provinciales -de Ulaidh (Ulster), de Connacht, de Muman (Munster) y de Laigin (Leinster) -juraron ser leales al Ard Rí o rey supremo, que reinaba desde Tara, en la quinta provincia «real» de Midhe (Meath), cuyo nombre significa «provincia central». Incluso entre estos reinos provinciales había una descentralización del poder en reinos menores y territorios gobernados por clanes.

La ley de primogenitura, que concedía el derecho de sucesión al hijo o a la hija mayor, era un concepto desconocido en Irlanda. La sucesión, desde la del jefe del clan inferior hasta la del rey supremo, sólo era hereditaria en parte ya que, sobre todo, tenía un carácter electoral. Cada gobernante era elegido por el derbfhine de su familia: un mínimo de tres generaciones reunidas en cónclave. Si, con el tiempo, se consideraba que su gobierno no buscaba el bienestar del pueblo, se le acusaba de no desempeñar debidamente sus funciones y era destituido del cargo. Así pues, el sistema monárquico de la antigua Irlanda tenía más cosas en común con la república actual que con las monarquías feudales de la Europa medieval.

En el siglo VII d. C, Irlanda se regía por un sistema de leyes sofisticadas, conocidas como las Leyes de los Fénechas (cultivadores de la tierra), que a la larga se conocerían popularmente como las Leyes Brehon, a raíz de la palabra breitheamh, juez. Según la tradición, estas leyes se promulgaron por primera vez en el año 714 a. C. por orden del rey supremo Ollamh Fódhla. Sin embargo, en 438 d. C, Laoghaire, el nuevo rey, nombró una comisión de nueve eruditos para estudiar, revisar y verter las leyes a la nueva escritura en caracteres latinos. Una de aquellas personas fue Patricio, el que luego se convertiría en santo patrón de Irlanda. Tres años después, la comisión ya tenía un texto escrito de las leyes, la primera codificación que se conoce.

Los primeros textos íntegros de las leyes antiguas de Irlanda que han sobrevivido se conservan en un manuscrito del siglo XI. La administración colonial de Inglaterra en Irlanda no suprimió el uso del sistema de Leyes Brehon hasta el siglo XVII, cuando poseer siquiera una copia de los libros de la ley se castigaba a menudo con la pena de muerte o con la deportación.

El sistema legal no era estático, ya que, cada tres años, en el Féis Temrach (festival de Tara), abogados y administradores se reunían para analizar y revisar las leyes a la vista de una sociedad cambiante y de sus necesidades.

Bajo estas leyes, las mujeres ocupaban un lugar excepcional. Las leyes irlandesas concedían más derechos y protección a las mujeres que cualquier otro código legal occidental de aquella época, o de los que se les han concedido desde entonces. Las mujeres podían aspirar -y aspiraban- a cualquier cargo y profesión en igualdad de condiciones con los hombres. Podían ser dirigentes políticas, podían estar al mando de su pueblo en combate como guerreras, podían ser médicos, podían ser jueces locales, poetas, artesanas, abogadas y magistradas. En la actualidad, conocemos muchos nombres de mujeres magistradas de la época de Fidelma: Bríg Briugaid, áine Ingine Iugaire, o Darí, entre tantos otros. Por ejemplo, Darí no solamente fue juez, sino autora de un célebre texto jurídico, redactado en el siglo VI d. C. Las leyes protegían a las mujeres del acoso sexual, de la discriminación, de la violación; tenían derecho a divorciarse de sus maridos en igualdad de condiciones gracias a leyes de separación equitativas, y podían exigir parte de la propiedad de éstos como un acuerdo de divorcio; tenían derecho a poseer y heredar tierras y propiedades, así como a un subsidio por enfermedad. Desde la óptica actual, las Leyes Brehon bien podrían ser un ideal para las feministas.

Este contexto, así como la marcada diferencia de Irlanda con sus vecinos, debe tenerse en cuenta para comprender la función de Fidelma en los hechos que se relatan.

Fidelma nació en Cashel, capital del reino de Muman (Munster), en el suroeste de Irlanda, en el año 636 d. C. Fue la hija menor de Faílbe Fland, el rey, que falleció un año después de nacer su hija, por lo que fue criada bajo el consejo de un primo lejano, el abad Laisran, de Durrow. Cuando Fidelma cumplió la «edad de elegir» (catorce años), ingresó en la escuela barda del brehon Morann de Tara, como era costumbre entre muchas jóvenes de su edad. Tras ocho años de estudio, Fidelma obtuvo el título de anruth, solamente un grado por debajo del título superior que se otorgaba antiguamente tanto en las universidades bardas, como en las universidades eclesiásticas de Irlanda. El título de mayor grado era el de ollamh, palabra que todavía hoy se emplea en irlandés moderno para «profesor». Fidelma estudió derecho y, en concreto, el código penal del Senchus Mór y el código civil del Leabhar Acaill. Por tanto, obtuvo el título de dálaigh o abogada de los tribunales.

Sus funciones podrían equipararse a las de juez suplente de un distrito, cuya labor consiste en recopilar y evaluar las pruebas al margen de la policía, a fin de averiguar si una acusación tiene fundamento o no. La denominación de «juez de instrucción» encierra una función similar.

En aquella época, buena parte de las clases profesionales e intelectuales eran miembros de las nuevas órdenes religiosas cristianas, del mismo modo que, en siglos anteriores, los profesionales e intelectuales eran los druidas. Fidelma ingresó en la orden religiosa de Kildare, fundada a finales del siglo v d. C. por santa Brígida.

Si el siglo VI d. C. ha sido considerado en Occidente como parte de la Edad de las tinieblas, para Irlanda fue una «Edad de Oro». Estudiantes de todas partes de Europa acudían a las universidades irlandesas para formarse, incluso los hijos de los reyes anglosajones acudían a ellas. Hay constancia de que, en la universidad de Durroe, había al menos dieciocho naciones de aquella época representadas entre los estudiantes. Al mismo tiempo, misioneras y misioneros irlandeses partían a ultramar para reconvertir al cristianismo a una Europa pagana; construyeron iglesias y fundaron monasterios y centros de estudio por todo el continente hasta Kiev (Ucrania) por el este, las islas Feroe por el norte y Tarento por el sur, en Italia. Irlanda era sinónimo de alfabetización y educación.

Sin embargo, la Iglesia celta de Irlanda tuvo constantes enfrentamientos con la Iglesia de Roma en cuestiones litúrgicas y rituales. La Iglesia romana inició su propia reforma en el siglo IV, cuando cambió la fecha de celebración de la Pascua de Resurrección y algunos aspectos de su liturgia. La Iglesia celta y la Iglesia ortodoxa oriental se negaron a seguir los dictados de Roma. No obstante, la Iglesia celta fue absorbida paulatinamente por Roma entre los siglos IX y XI, mientras que las iglesias ortodoxas orientales conservaron su independencia. Durante la época de Fidelma, este conflicto era un motivo de preocupación para la Iglesia celta de Irlanda.

Un elemento que caracterizó ese enfrentamiento entre Roma e Irlanda fue que no compartían el mismo concepto de celibato. Pese a que en ambas iglesias siempre hubo ascetas que sublimaban el amor físico en su entrega a Dios, a partir del concilio de Nicea (año 325 d. C.) los matrimonios clericales se condenaron, si bien no llegaron a prohibirse. El concepto de celibato de la Iglesia romana surgió a raíz de las costumbres que practicaban las sacerdotisas de Vesta con los sacerdotes de Diana. En el siglo V, Roma prohibió que los clérigos con grados de abad y de obispo durmieran con sus esposas y, poco después, que contrajeran matrimonio siquiera. En cuanto al clero común, Roma desaconsejó el matrimonio, aunque no lo prohibió. De hecho, no fue hasta la reforma realizada durante el pontificado de León IX (1049-1054 d. C), cuando hubo un serio intento de imponer al clero occidental el celibato universal. En la Iglesia ortodoxa oriental, los sacerdotes con grados inferiores al de abad y al de obispo han mantenido el derecho a contraer matrimonio hasta nuestros días.

La condena del «pecado carnal» siguió siendo algo ajeno a la Iglesia celta hasta mucho tiempo después de imponerse como dogma la postura de Roma. En los tiempos de Fidelma, ambos sexos convivían en abadías y fundaciones monásticas conocidas como conhospitae («casas dobles»), donde hombres y mujeres educaban a sus hijos al servicio de Cristo.

El propio monasterio de Fidelma, Santa Brígida de Kildare, fue una de estas comunidades de ambos sexos de la época. Cuando santa Brígida fundó la comunidad en Kildare (Cill-Dara, «la iglesia de los robles»), invitó a un obispo llamado Conlaed a unirse a ella. La primera biografía de la santa, escrita en el año 650 d. C, fue obra de Cogitosus, un monje de Kildare coetáneo de Fidelma, que deja patente el carácter mixto de la comunidad.

Asimismo debería destacarse que, como muestra de igualdad con los hombres, las mujeres de esta época podían ser sacerdotes de la Iglesia celta. La propia Brígida fue ordenada obispo por el sobrino de Patricio, Mel, y no fue un caso excepcional. De hecho, en el siglo VI la Iglesia de Roma escribió una protesta contra la práctica de la Iglesia celta de permitir que mujeres oficiaran el santo sacrificio de la misa.

A fin de ayudar a los lectores a situarse en la Irlanda donde vivió Fidelma, la Irlanda del siglo VII -ya que las divisiones geopolíticas quizá no resulten familiares-, he proporcionado un mapa esquemático; para facilitarles la identificación de los nombres personales, también he añadido una lista con los personajes principales.

En general, he desdeñado el empleo de topónimos anacrónicos por razones obvias, si bien he cedido a algunos usos modernos, como Tara, en vez de Teamhair, Cashel, en vez de Caisel Muman, y Armagh en lugar de Ard Macha. Ahora bien, he sido fiel al nombre de Muman, en vez de emplear la variante posterior de «Munster», que se formaría al añadir el stadr (lugar) de Norse al nombre irlandés de Muman en el siglo IX d. C. y que se anglicanizaría posteriormente. También he mantenido la denominación original de Laigin, en vez de la forma anglicanizada de Laigin-stadr, que en la actualidad se conoce por Leinster.

Con estos antecedentes en mano, podemos adentrarnos ya en el mundo de Fidelma. Los hechos de esta historia ocurrieron durante el mes que los irlandeses del siglo VII conocían como Boidhmhís, el mes del conocimiento, que más tarde, al dar un nuevo nombre al calendario, se llamaría Iúil, o julio, según la forma latina de Julio César, que reformó el calendario romano. Los acontecimientos se desarrollan durante el año 666 d. C.

Por último quisiera comentar que, en el segundo capítulo, hay una alusión indirecta al poco respeto que Fidelma tiene por la abadesa Ita de Kildare. Los motivos que lo explican se encontrarán en el cuento «Hemlock at Vespers» («Cianuro a la víspera»), publicado por primera vez en el tomo Midunnter Mysteries 3, de la editorial Hilary Hale (Little, Brown & Co., Londres, 1993) y reimpreso en Murder Most Irish por Ed. Gorman, Larry Segriff y Martin H. Greenberg (Barnes 8c Noble, Nueva York, 1996).


Personajes principales

Sor Fidelma de Cashel, dálaigh (o abogada) de los tribunales de Irlanda en el siglo VII.

Hermano Eadulf de Seaxmund's Ham, monje sajón de South Folk.


En Cashel

Colgú de Cashel, rey de Muman y hermano de Fidelma.

Ségdae, obispo de Imleach, comarb de Ailbe.


En Gleann Geis Laisre, jefe de Gleann Geis.

Colla, tánaiste o presunto heredero de Laisre.

Murgal, druida de Laisre y brehon.

Mel, escriba de Murgal.

Orla, hermana de Laisre y esposa de Colla.

Esnad, hija de Orla y Colla.

Artgal, guerrero y herrero de Gleann Geis.

Rudgal, guerrero y constructor de carros de Gleann Geis.

Marga, boticaria.

Cruinn, posadero de Gleann Geis.

RoNan, guerrero y granjero de Gleann Geis.

Bairsech, esposa de Ronan.

Nemon, prostituta.

Hermano Solin, clérigo de Armagh.

Hermano Dianach, joven escriba del hermano Solin.

Ibor de Muirthemne.

Mer, mensajero.


En otros lugares

Mael Dúin, de los Uí Néill del norte, rey de Ailech.

Ultan, obispo de Armagh, sucesor de Patricio.

Sechnassuch, de los Uí Néill del sur, rey supremo de Tara.


Capítulo 1

Se acercaban cazadores. Humanos. Los aullidos estremecedores de sus perros resonaban por la estrecha cañada. Sobre las aguas de una laguna apareció un zarapito moteado de rabadilla blanca, que alzó el vuelo a su pesar al tener que dejar atrás un potencial surtido de cangrejos; abrió el largo pico curvado para soltar, irritado, un chillido de alarma, inquietante y quejumbroso: «¡Cu-li! ¡Cu-li!», y remontó el vuelo hasta no ser más que una mancha negra moviéndose en círculos cada vez más amplios hacia un cielo límpido. El único elemento que había en la bóveda celeste era la inmensa esfera fulgurante y áurea, que descendía ya por la mitad oeste del cielo y cuyos rayos cabrilleaban sobre las aguas añiles del lago, como una miríada de joyas refulgentes al tocarlas.

Era un día caluroso y lánguido. Pero el letargo de la atmósfera se veía ahora perturbado, cuando la inquietud general empezó a extenderse. Una nutria, combando tras su luengo cuerpo una tenaz cola, echó a correr encorvada y con pasos oscilantes para ponerse a cubierto en el agua. En un sendero, un gamo de cornamenta palmeada, aún cubierto de un pelaje aterciopelado que no tardaría en mudar con la llegada del celo, se detuvo alzando el hocico. Si el aullido de los perros no lo hubiera anunciado, al percibir el peculiar rastro del hombre, el único depredador temido, el animal habría huido hacia arriba buscando la protección de las montañas, lejos de la amenaza que se aproximaba. Sólo un animal siguió mordisqueando la aulaga y el brezo, ajeno a la actividad frenética de las demás criaturas del bosque. De pie, firme sobre una prominencia rocosa, había una cabra salvaje, pequeña y lanuda, de cuernos incipientes. Sin dejar de mover rítmicamente las mandíbulas, se mantuvo impertérrita, indiferente y apática.