Nelson Demille

El juego del León

En amoroso recuerdo de mi madre,

miembro de la Gran Generación



Nota del autor

La imaginaria Brigada Antiterrorista (BAT) representada en esta novela se basa en la Brigada Terrorista Conjunta (BTC), aunque me he tomado ciertas libertades dramáticas y licencias literarias cuando lo he considerado necesario.

La Brigada Terrorista Conjunta es un grupo de hombres y mujeres inteligentes, trabajadores y plenamente entregados a su labor que luchan en la vanguardia de la guerra contra el terrorismo en Norteamérica.

Los personajes de este relato son totalmente ficticios, aunque algunas de las actividades de las agencias gubernamentales representadas se basan en hechos reales, como es el caso de la incursión aérea norteamericana en Libia en 1986.


PRIMERA PARTE

Estados Unidos, 15 de abril El presente

La muerte lo teme porque tiene el corazón de un león

Proverbio árabe


CAPÍTULO 1

Uno pensaría que cualquiera que hubiese recibido tres balazos y se hubiera convertido casi en donante de órganos en el futuro procuraría evitar situaciones peligrosas. Pues no, yo debo de tener el deseo inconsciente de excluirme del fondo genético común o algo así.

En cualquier caso, soy John Corey, ex miembro de la policía de Nueva York, sección de Homicidios, y en la actualidad agente especial contratado de la Brigada Antiterrorista Federal.

Yo iba sentado en el asiento trasero de un taxi amarillo circulando desde el 26 de Federal Plaza, en el bajo Manhattan, rumbo al aeropuerto internacional John F. Kennedy con un conductor suicida pakistaní al volante.

Era un hermoso día de primavera, un sábado, había un tráfico moderado en la carretera costera, también conocida como carretera de circunvalación y rebautizada recientemente como autovía POW/MIA, para más claridad. Atardecía, y las gaviotas procedentes de un terraplén próximo -lo que antes se llamaba un vertedero- arrojaban sus excrementos contra el parabrisas del taxi. Me encanta la primavera.

No me iba de vacaciones ni nada parecido. Me disponía a trabajar con la antes mencionada Brigada Antiterrorista. Se trata de una organización cuya existencia no conocen demasiadas personas, lo que me parece perfecto. La BAT está dividida en secciones que centran su atención en grupos específicos de agitadores o terroristas, como el Ejército Republicano Irlandés, el Movimiento por la Independencia de Puerto Rico, los radicales negros y otras organizaciones cuyos nombres pasaré por alto. Yo estoy en la sección de Oriente Medio, que es el grupo más grande y quizá el más importante, aunque, para ser sincero, no sé gran cosa sobre terroristas de Oriente Medio. Pero se esperaba que fuese aprendiendo sobre la marcha.

Así que, para practicar, entablé conversación con el pakistaní, que se llamaba Fasid, y que yo estaba seguro de que era un terrorista, aunque hablaba como un tío legal y lo parecía.

– ¿De dónde es usted? -le pregunté.

– De Islamabad.

– ¿De veras? ¿Cuánto tiempo lleva aquí?

– Diez años.

– ¿Le gusta esto?

– Claro. ¿A quién no?

– Bueno, a mi ex cuñado, Gary, por ejemplo. Siempre está despotricando contra Norteamérica. Quiere irse a Nueva Zelanda.

– Yo tengo un tío en Nueva Zelanda.

– ¿En serio? ¿Queda alguien en Islamabad?

Se echó a reír y me preguntó:

– ¿Va a recibir a alguien en el aeropuerto?

– ¿Por qué lo pregunta?

– No lleva equipaje.

– Vaya, muy agudo.

– ¿O sea, que va a recibir a alguien? Podría quedarme rondando por allí y llevarlo de vuelta a la ciudad.

El inglés de Fasid era bastante bueno, con sus modismos, argot y todo eso.

– Ya tengo con quien volver -respondí.

– ¿Seguro? Podría quedarme rondando por el aeropuerto.

En realidad, yo iba a esperar a un supuesto terrorista que se había entregado a la embajada de Estados Unidos en París, pero no creía que ésa fuese información que debiera compartir con Fasid.

– ¿Es usted hincha de los Yankees? -le pregunté.

– Ya no. -Y se lanzó a una diatriba contra Steinbrenner, el Yankee Stadium, el precio de las entradas, los sueldos de los jugadores, etcétera. Estos terroristas son listos y saben hacerse pasar por ciudadanos leales.

De todos modos, dejé de prestar atención a aquel tipo y pensé en cómo había ido yo a parar allí. Como ya he dicho, yo era detective de homicidios, y uno de los mejores de Nueva York, si se me permite decirlo. Un año antes, estaba jugando a esquivar balas con dos caballeros hispanos de la calle 102 Oeste en lo que probablemente era un caso de identidad equivocada, o de tiro al blanco, ya que no parecía haber ninguna razón para el ataque. La vida resulta graciosa a veces. De todos modos, los tipos estaban todavía en libertad, aunque yo no les quitaba el ojo de encima, como pueden imaginar.

Después de la experiencia que me tuvo a las puertas de la muerte, y tras ser dado de alta en el hospital, acepté el ofrecimiento de mi tío Harry de instalarme en su casa de verano de Long Island para pasar la convalecencia. La casa está situada a unos 150 kilómetros de la calle 102 Oeste, lo que resultaba estupendo. El caso es que mientras estaba allí me vi implicado en el doble asesinato de un hombre y su mujer, me enamoré dos veces y estuve a punto de que me mataran. Y una de las mujeres de las que me enamoré, cuyo nombre es Beth Penrose, todavía continúa más o menos en mi vida.

Mientras todo esto sucedía en la parte oriental de Long Island, se consumó mi divorcio. Y como si no estuviera atravesando ya un período bastante malo, en el caso del doble homicidio acabé entablando relación profesional con un tipejo de la CÍA llamado Ted Nash. Yo le tomé en seguida una fuerte aversión y él, a cambio, me detestaba con toda su alma y, mira por dónde, ahora formaba parte de mi equipo de la BAT. Vivimos en un mundo pequeño pero no tanto, y yo no creo en las coincidencias.

También había otro tipo ocupado en aquel caso, George Foster, un agente del FBI, del que no se podía decir nada malo pero que precisamente no era tampoco mi ojito derecho.

De cualquier modo, resulta que aquel doble homicidio no era un caso federal, y Nash y Foster desaparecieron, solamente para reaparecer en mi vida unas cuatro semanas después, cuando me asignaron a este equipo de Oriente Medio de la BAT. Pero no hay problema, he solicitado el traslado a la sección de la BAT que se ocupa del Ejército Republicano Irlandés, y probablemente me lo concederán. No es que el IRA me atraiga especialmente pero al menos las tías del IRA tienen mejor palmito, los tíos son más divertidos que el tipo medio de terrorista árabe y los pubs irlandeses son súper. Podría hacer algo bueno en la sección anti-IRA. De veras.

La cosa es que después de todo aquel jaleo en Long Island me ofrecieron la gran alternativa de elegir entre comparecer ante el consejo disciplinario de la policía de Nueva York o coger la baja por incapacidad médica y largarme. Así que cogí la baja pero negocié también una plaza en el Colegio de Justicia Criminal John Jay de Manhattan, donde vivo. Antes de ser herido, había impartido un curso en el John Jay como profesor adjunto, de modo que me la concedieron.

En enero comencé a trabajar en el JJ. Daba dos clases nocturnas y una diurna, me estaba volviendo loco de aburrimiento, y entonces mi antiguo compañero Dom Fanelli me habló del programa de agentes con contrato especial con los federales, en el que reclutaban a ex policías para trabajar con la BAT. Presenté la solicitud, me aceptaron, probablemente por un montón de razones equivocadas, y aquí estoy. El sueldo es bueno, los extras estupendos, y los federales casi todos unos tontolabas. Como la mayoría de los polis, yo tengo ese problema con los federales, y ni siquiera la terapia de grupo sirve para solucionar la cuestión.

Pero el trabajo parece interesante. La BAT es un grupo extraordinario y, podría decir, de élite (a pesar de los tontolabas) que sólo existe en Nueva York y alrededores. Está formado en su mayor parte por detectives de la policía neoyorquina, que son unos tíos estupendos, agentes del FBI y varios tipos cuasi civiles, como yo, contratados para completar el equipo, por así decirlo. Y, en caso necesario, en algunos equipos hay también grandes personajes de la CÍA y algunos miembros de la Agencia Antidroga, que saben hacer su trabajo y están al tanto de las conexiones entre el narcotráfico y el mundo del terrorismo.

El equipo está formado también por gente de la Oficina de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego de Waco, Texas, así como por policías de los condados suburbanos circundantes y agentes del Departamento de Policía de Nueva York. Hay otros tipos federales de agencias que no puedo mencionar y finalmente -pero no por ello menos importantes- tenemos unos pocos detectives de la Autoridad Portuaria asignados a ciertos equipos. Estos tipos de la Autoridad Portuaria son útiles en aeropuertos, terminales de autobuses, estaciones ferroviarias, muelles, algunos puentes y túneles sujetos a su control y otros sitios, como el World Trade Center, adonde se extiende su pequeño imperio. Lo tenemos todo bastante cubierto pero, aunque no fuera así, la verdad es que suena de maravilla.

La BAT fue uno de los principales grupos que investigaron el atentado con bomba contra el World Trade Center y la explosión del 800 de la TWA frente a Long Island. Pero a veces nos vamos de gira. Por ejemplo, enviamos un equipo para ayudar en el asunto de los atentados contra las embajadas africanas, aunque el nombre BAT apenas si se mencionó en las noticias, que es como a ellos les gusta. Todo esto era antes de mi época, y las cosas han permanecido tranquilas desde que yo estoy aquí, que es como a mí me gusta.

Por cierto, que la razón por la que los todopoderosos federales decidieron unirse a la policía de Nueva York y formar la BAT es que la mayoría de los agentes del FBI no son de Nueva York y no distinguen un sandwich de pastrami del metro de Lexington Avenue. Los de la CÍA son un poco más refinados y hablan de cafés de Praga y del tren nocturno a Estambul y esas cosas, pero Nueva York no es el centro de sus preferencias. La policía de Nueva York tiene grandes conocedores de los barrios bajos, y eso es lo que uno necesita cuando tiene que seguirle la pista a Abdul Salami-Salami y a Paddy O'Bad y a Pedro Viva Puerto Rico y gente de ese tipo.

El federal típico es Wendell Wasp, de West Wheatfield, Iowa, mientras que la policía de Nueva York tiene muchos hispanos, montones de negros, un millón de irlandeses y ahora incluso unos cuantos musulmanes, por lo que se da en ella esa diversidad cultural que no será políticamente correcta pero sí realmente útil y eficaz. Y cuando la BAT no puede agenciarse policías neoyorquinos en activo contrata a ex policías como yo. A pesar de mi supuesta invalidez, estoy armado y soy peligroso y brusco. Bueno, pues eso es lo que hay.

Nos estábamos acercando al JFK, y le dije a Faid:

– ¿Y qué hizo usted durante la Pascua?

– ¿La Pascua? Yo no celebro la Pascua. Yo soy musulmán.

¿Ven qué listo soy? Los federales lo habrían sometido a duro interrogatorio durante más de una hora para hacerle confesar que era musulmán. Yo se lo saqué en dos segundos. Bueno, es broma. Pero, ya saben, tengo que largarme de la sección de Oriente Medio y pasarme al grupo que se ocupa del IRA. Soy medio irlandés y medio inglés, y podría trabajar en los dos lados de la calle.

Fasid salió de la carretera de circunvalación costera POW/MIA y entró en la autovía Van Wyck, enfilando hacia el sur en dirección al JFK. Sobre nuestras cabezas pasaban enormes aviones que parecían flotar, al tiempo que emitían gemebundos sonidos.

– ¿Adónde va? -me preguntó Fasid.

– Llegadas Internacionales.

– ¿Qué compañía?

– ¿Hay más de una?

– Sí. Hay veinte, treinta, cuarenta, no sé…

– ¿En serio? Siga conduciendo.

Fasid se encogió de hombros, como cualquier taxista israelí. Yo estaba empezando a pensar que quizá fuese un agente del Mossad haciéndose pasar por pakistaní. O quizá era sólo que me estaba obsesionando con aquel trabajito.

Había toda una serie de carteles con números y colores a lo largo de la carretera. Dejé que el taxista continuara hasta Llegadas Internacionales, una enorme estructura con los logotipos de todas las compañías aéreas una detrás de otra. El tío me preguntó otra vez:

– ¿Qué compañía?

– No me gusta ninguna de éstas. Siga.

Volvió a encogerse de hombros., Le dirigí hacia otra carretera, y ya estábamos llegando al otro extremo del enorme aeropuerto. Es un buen truco profesional para ver si alguien te está siguiendo. Lo aprendí en alguna novela de espías, o quizá en una película de James Bond. Procuraba ponerme a tono con el asunto antiterrorista que me traía entre manos.

Hice que Fasid enfilara el coche en la dirección adecuada y le dije que parase delante de un gran edificio, aparentemente destinado a oficinas y situado en el lado oeste del JFK, que se utilizaba para diversos fines. Toda esa zona está llena de heterogéneos edificios y almacenes para uso de los servicios aeroportuarios, y la gente no se fija en las idas y venidas de nadie, además de que hay sitio de sobra para aparcar. Pagué al taxista, le di una propina y le pedí un recibo por el importe exacto. La honradez es uno de mis pocos defectos.

Fasid me dio un taco de recibos en blanco y volvió a preguntarme:

– ¿Quiere que me quede por aquí?

– Yo, en su lugar, no lo haría.

Entré en el vestíbulo del edificio, una muestra de la ramplona arquitectura de los sesenta, y en vez de un centinela armado con una Uzi como tienen en todo el mundo, hay solamente una placa que dice: «Zona restringida. Sólo personal autorizado^» Así que, suponiendo que uno sepa leer, sabe en seguida si es bienvenido o no.

Subí una escalera y recorrí un largo pasillo flanqueado de grises puertas de acero, unas con letreros, otras con números y otras sin ninguna de las dos cosas. Al final del pasillo había una puerta con una preciosa placa blanca y azul que decía: «Club Conquistador. Privado. Sólo miembros.»

Había un escáner de tarjetas electrónicas junto a la puerta pero, como todo lo demás del Club Conquistador, era de pega. Presioné con el pulgar derecho sobre la superficie traslúcida del escáner, y unos dos segundos más tarde, el genio metrobiótico se dijo a sí mismo: «Vaya, si es el pulgar de John Corey, abrámosle la puerta a John.»

Y se abrió, pero no girando sobre ningún gozne, sino deslizándose en el interior de la pared hasta que el falso picaporte chocó contra la jamba. A veces me pregunto: ¿son realmente necesarias estas tonterías?

También hay una cámara de vídeo en lo alto, por si tienes la yema del pulgar manchada de chocolate o algo así, y si te reconocen te abren también la puerta, aunque en mi caso puede que hicieran una excepción.

Así que entré, y la puerta se cerró automáticamente a mi espalda. Ahora me encontraba en lo que parecía ser la zona de recepción de un club de viajeros de línea aérea. Por qué tenía que haber un club semejante en un edificio que no se hallaba próximo a una terminal de pasajeros es una pregunta que yo ya me había hecho, pero todavía estoy esperando una respuesta. Aunque la respuesta ya la conozco, y es que cuando se halla de por medio la CÍA siempre aparecen este tipo de rebuscados artificios. Esos payasos derrochan tiempo y dinero en parafernalias, como en los viejos tiempos, cuando trataban de impresionar al KGB. Lo único que la puerta necesitaba era un simple letrero que dijese: «Prohibido el paso.»