Jacquie D’Alessandro

Mascarada

4° de la Serie Sociedad Literaria de Damas de Londres

Tempted At Midnight (2009)


PRÓLOGO

El hombre estaba de pie en la cubierta del barco con los ojos cerrados y la cara alzada hacia el sol. Inspiró el aire salado del mar mientras El Caminante surcaba las olas blancas del océano Atlántico. Habían pasado diez largos años desde la última vez que había olido algo que no fuera hedor, desde la última vez que había pisado algo que no fuera basura. Sin ver nada más que oscuridad a su alrededor. Sin experimentar otra cosa que la pura agonía.

Pero ahora que había logrado escapar, haría justicia.

Abrió los ojos y bajó la vista a la piel estropeada de sus muñecas donde había llevado los grilletes. En ellas sólo había una mínima parte de las muchas cicatrices que marcaban su cuerpo y que le recordaban a diario los horrores que había sufrido en esa prisión infernal.

«No son nada comparadas con los horrores que él sufrirá.»

Aquellas palabras que lo habían mantenido con vida durante una década le atravesaron la mente mientras volvía a alzar la mirada. Unas nubes blancas y algodonosas salpicaban el profundo azul del cielo, extendiéndose hasta donde la vista podía alcanzar; pero en cuestión de días, Inglaterra aparecería en el horizonte.

Entonces podría llevar a cabo su venganza contra el hombre que le había arruinado la vida. Logan Jennsen.

El odio rezumaba por todos los poros de su piel. Pronto… muy pronto le arrebataría a ese bastardo lo que más le importaba en la vida. «Tal y como él me lo arrebató a mí.»

El hombre apretó los dedos en torno a la barandilla de madera.

«Pensabas que te habías salido con la tuya, ¿verdad, bastardo? Primero cometes un asesinato y luego huyes a Inglaterra. Sin duda, una jugada muy inteligente.»

El hombre dejó escapar una risa entrecortada.

«Pero yo conozco tu secreto…»

Oh, sí, sabía lo que había hecho Jennsen y, tras una exhaustiva búsqueda, había descubierto dónde se ocultaba.

– Sé algo que tú no sabes… -susurró el hombre a la fresca brisa marina que se llevó consigo las suaves palabras. -Mataste al hombre equivocado, Jennsen. Yo soy el que buscabas. No puedo esperar a mirarte a los ojos cuando te des cuenta de tu error.

Ah, sí, ése sería un momento muy dulce, sin duda, seguido por otros todavía más dulces.

«Lo vas a perder todo… igual que lo perdí yo. Y después, te mataré.»

Y entonces, la tan ansiada venganza contra Logan Jennsen sería completa.


CAPÍTULO 01

Lo deseé desde el momento en que lo vi.

El olor de su piel, de su sangre, era un delicioso y

potente afrodisíaco que me provocaba un intenso frenesí de necesidad.

Me tentaba de una forma inexplicable, y no podía resistirme.

No podía esperar a hundir mis colmillos en su garganta.

El beso de lady Vampiro,

Anónimo


– ¿Ves a alguien sospechoso?

Logan Jennsen se detuvo debajo de uno de los altos olmos que bordeaban el camino de grava de Hyde Park y sacó el reloj del bolsillo del chaleco; un gesto despreocupado que contrastaba con la tensión que rezumaba su voz.

– ¿Sospechoso de qué? -preguntó en voz baja Gideon Mayne, el detective de Bow Street.

Logan fingió consultar la hora.

– Nadie parece prestarme la más mínima atención, pero tengo la fuerte sensación de que alguien me vigila.

Notó cómo Gideon escudriñaba la zona con una mirada penetrante mientras fingía, igual que él, consultar la hora en su propio reloj. Gracias a la soleada tarde tras más de una semana del clima deprimente y gris de enero, el parque estaba abarrotado de paseantes, jinetes y carruajes elegantes.

– Por tu tono deduzco que ésta no es la primera vez que te ocurre -dijo Gideon, volviendo a guardar el reloj en el bolsillo del chaleco antes de arrodillarse para limpiar la puntera de su bota negra, aunque Logan sabía que el detective sólo prestaba atención a lo que sucedía a su alrededor.

– No. Es la tercera vez en tres días. Por eso te pedí que te reunieras conmigo aquí. Esperaba que pudieras percibir cualquier cosa extraña.

– No observo nada fuera de lo normal -dijo Gideon levantándose. -De todas maneras, será mejor que sigamos caminando.

Esa era una de las cosas que a Logan le gustaba de Gideon y la razón por la cual le había pedido al detective que le acompañara; no perdía el tiempo con preguntas innecesarias tales como «¿Estás seguro?», ni hacía sugerencias como «Puede que lo hayas imaginado». En los últimos meses, Logan había contratado a Gideon para que realizara un trabajo de investigación relacionado con sus empresas y había quedado muy impresionado con los resultados. Hasta tal punto que estaba considerando contratarle a tiempo completo y pensando en cómo tentar a Gideon para que abandonara Bow Street. Logan confiaba en conseguirlo. Como bien sabía, todos los hombres tenían un precio. Y él tenía dinero para pagarlo.

Pero todavía había más. Logan había llegado a apreciar y a respetar a Gideon no sólo por lo bueno que era en su trabajo sino porque, al igual que Logan, Gideon había salido de la nada y se había abierto camino en la vida. Por desgracia para Gideon, las recompensas económicas de su profesión no eran muy lucrativas, y Logan quería echarle una mano a ese hombre que había llegado a considerar su amigo. Como sabía que Gideon rechazaría cualquier oferta que creyera fruto de la caridad, Logan necesitaba jugar muy bien sus cartas.

Regresaron al camino y continuaron paseando.

– ¿Te ha ocurrido algo más fuera de lo normal? -preguntó Gideon en el mismo tono neutro que si hablaran del clima.

Logan consideró la pregunta durante unos segundos.

– Hace un par de noches, alguien intentó abordar uno de mis barcos. Uno de los guardias le persiguió, pero el individuo escapó.

– ¿Te dio alguna descripción del intruso?

– Sólo que corría como el viento y que estaba claro que sabía moverse muy bien por la zona. De todas maneras estaba demasiado oscuro.

– ¿Te has enemistado con alguien últimamente?

Logan soltó una risita irónica. Basándose en el trabajo que Gideon había realizado para él durante los últimos meses, el detective sabía de sobra que junto con la riqueza de Logan había aparecido un buen puñado de personas que no le deseaban precisamente lo mejor.

– No en los últimos días… que yo sepa. O eso pensaba hasta que mi instinto comenzó a gritarme que alguien me estaba observando.

– Jamás ignores a tu instinto -dijo Gideon con voz queda.

Buen consejo, aunque Logan no lo necesitaba. Escuchando a su instinto y actuando en consecuencia era cómo había conseguido escapar de la pobreza en la que había nacido. Lo que le había mantenido con vida a pesar de sufrir unas terribles experiencias que siempre trataba de olvidar. Y tenía intención de escucharlo ahora, incluso aunque Gideon no lograra confirmar sus sospechas.

– Un hombre en tu posición… es el objetivo de un montón de gente -dijo Gideon.

– En efecto -repuso Logan con sequedad. Se había acostumbrado con rapidez a ser el centro de atención de todo el mundo después de que se hubiera establecido en Londres, hacía ya casi un año. -Los miembros de la sociedad me miran como si fuera algo exótico, un pájaro depredador que hubiera aterrizado sin ser invitado en un nidito acogedor. El hecho de ser americano sólo contribuye a que me miren con más rencor y desconfianza. Soy muy consciente de que mi riqueza es la única razón por la que la sociedad tolera mi presencia en sus nobles filas.

– ¿Te molesta? -preguntó Gideon.

– En algunas ocasiones sí, pero la mayor parte de las veces me divierte. Tanto como ver cómo los estimados pares, esos que quieren mandarme a freír espárragos y meterme en el primer barco de regreso a América, buscan ansiosos mi consejo en asuntos financieros y de inversión. -Curvó los labios en una sonrisa sombría. -Dado que hay muchas oportunidades de inversión en mis negocios, muestran por mí un involuntario interés… lo que ha resultado ser muy beneficioso para ambas partes.

»Pero esta extraña sensación que siento últimamente… es diferente -continuó, frunciendo el ceño. -Me siento amenazado. -De hecho, no podía evitar que se le erizara el pelo de la nuca y que un extraño escalofrío de temor le bajara por la espalda incluso en ese cálido y radiante día.

Gideon se giró hacia él.

– ¿Alguna vez te has sentido amenazado en el pasado?

Demasiadas veces.

– Sí, pero hace ya mucho tiempo.

– ¿Sabes qué o quién te amenazó?

Logan apretó los dientes. Jamás lo olvidaría.

– Sí.

– Quizás esté relacionado. Negó con la cabeza.

– Es imposible. Gideon entrecerró los ojos.

– Sólo sería imposible si quien te amenazara estuviera… muerto.

Logan sostuvo la mirada del detective.

– Como he dicho… es imposible.

Gideon le estudió durante varios segundos con una expresión inescrutable, luego asintió con rapidez y volvió a prestar atención a lo que sucedía a su alrededor. Logan agradeció mentalmente que Gideon aceptara su palabra y no le presionara para que le diera más detalles. Sobre todo porque eso lo había salvado de tener que mentir. Aunque sabía que las mismas mentiras que había contado infinidad veces saldrían de sus labios sin un titubeo, no podía negar que le aliviaba no tener que recurrir a ellas de nuevo, y menos ante ese hombre al que respetaba y que había llegado a considerar un amigo. Sabía muy bien que las mentiras acababan por destrozar una buena amistad. En consecuencia, había pasado mucho tiempo desde la última vez que había tenido un amigo.

El camino se dividía en dos unos metros más adelante.

– ¿Tienes algún destino particular en mente o sólo estamos dando un paseo por el parque? -le preguntó Gideon, cuando Logan enfiló hacia la derecha sin titubear.

– Voy a Park Lañe -dijo Logan. -Tengo una cita. Con William Stapleford, el conde de Fenstraw.

Sintió el peso de la mirada de Gideon.

– No parece que te haga mucha gracia.

Maldita sea. ¿Tan obvia era su incomodidad que cualquiera podía notarla? ¿O quizá Gideon era un hombre demasiado perceptivo? Esperaba que fuera eso último.

– Así es -admitió. -Pero debo reunirme con el conde por un asunto de negocios y sospecho que no será nada agradable.

En realidad sabía que esa condenada reunión con el conde sería de lo más desagradable. Aun así, le intranquilizaba tanto, si no más, la posibilidad de ver a la hija de Fenstraw, lady Emily.

Logan tensó la mandíbula. ¿Sería posible que su desasosiego estuviera relacionado de alguna manera con su inminente visita a la casa del conde, ya fuera por encontrarse con el propio conde o con su hija? No había visto a lady Emily durante los últimos tres meses, pues la familia Stapleford se había retirado a su hacienda. Pero habían regresado a Londres el día anterior, y Logan sabía que sólo era cuestión de tiempo que lady Emily y él se encontraran en un lugar u otro.

Una imagen de la mujer con la que había intentado relacionarse durante meses sin éxito alguno pasó como un relámpago por su mente y contuvo un gruñido de disgusto. Maldita sea, ¿por qué no podía olvidarse de ella? Era guapa, cierto, pero la belleza no solía llamar su atención más que por un fugaz momento. Logan siempre había preferido lo inusual antes que una absoluta perfección. Y el hermoso rostro de lady Emily y su cuerpo eran, sin lugar a dudas, de una absoluta perfección.

La joven poseía una brillante mata de pelo oscuro con unos profundos reflejos rojizos que captaban y reflejaban toda la luz de la estancia en la que se encontrara. Destacaba entre las jóvenes rubias que tantos caballeros de la sociedad preferían como una lustrosa piedra de ébano en una playa de arenas blancas.

Y sus ojos tenían un inusual matiz verdoso. Como si uno observara una esmeralda a través de un cristal de color verde mar. Cada vez que la miraba directamente a los ojos, sentía como si estuviera mirando un océano insondable cuyo fondo fuera un césped frondoso. Le recordaba a un cuadro que había visto en una ocasión de una ninfa emergiendo del mar. Había observado cómo esos ojos claros y vivaces brillaban con calidez y chispeante travesura cuando estaba en compañía de sus amigas, pero se volvían gélidos cada vez que su mirada se cruzaba con la de ella.

Desde la primera vez que se vieron, poco tiempo después de su llegada a Londres, ella lo había mirado con desdén por encima del hombro, y él la había considerado otro consentido, prepotente y arrogante diamante de la sociedad. El tipo de mujer que no le gustaba. En absoluto. Prefería a una moza de taberna divertida y juguetona antes que a cualquier jovencita de sangre azul que con sus elegantes vestidos de noche, sus brillantes joyas y su aire altivo se creía claramente superior a los meros mortales.

Aun así, como Logan había entablado amistad con los amigos de lady Emily, siempre que la veía se encontraba atraído contra su voluntad por ese pícaro brillo de sus ojos mientras se preguntaba qué tipo de travesura habría ideado en esa ocasión la correcta hija del conde.

Y lo había descubierto.

Hacía tres meses. El día de la boda de Gideon con lady Julianne Bradley, un acontecimiento que había estado en boca de toda la sociedad. Entonces había tenido lugar -por sugerencia de lady Emily -un breve encuentro privado entre Logan y ella. Un encuentro que había desembocado, por iniciativa de ella, en un beso inesperado.

Aquel maldito beso le había estremecido hasta los huesos, dejándole totalmente conmocionado hasta que ella se había apartado de él y le había mirado como si fuera un bicho asqueroso pegado a la suela de su delicado escarpín de raso. Al instante -o más bien cuando Logan había conseguido recuperar el sentido común que ella le había arrebatado tan eficazmente -se mostró desconfiado ante los motivos que ella pudiera haber tenido. Ni por un momento se creyó la afirmación de Emily de que sólo había querido satisfacer su curiosidad. ¿Cómo iba a creer tal cosa cuando hasta ese momento ella había hecho todo lo posible para evitarle, hasta el punto de que él no estaba seguro de si aquellos considerables esfuerzos por eludirlo le divertían o le irritaban?

No, parecía mucho más probable que ella hubiera descubierto que su padre le debía una fortuna y decidiera jugar con él, procurando persuadirlo con sus encantos para que le perdonara la deuda. Como si un simple beso -o cualquier otra cosa que ella pudiera ofrecerle -fuera a lograr ese objetivo. Logan jamás había dejado que el placer o los sentimientos personales interfirieran en sus negocios.

No obstante, el repentino cambio de la joven le había desequilibrado por completo. Si hubiera podido pensar con claridad, demonios, si hubiera podido formar una sola frase coherente, le habría exigido que le dijera la verdad. Pero hablar estuvo más allá de sus posibilidades, y ella abandonó la estancia antes de que él volviera a pensar de manera coherente. Y aquel simple beso, que durante unos segundos lo había dejado fuera de combate, había encendido un fuego en él que Logan no había sido capaz de apagar. Un beso que se volvió frustrantemente inolvidable.